La corrupción hemisférica
Es imperativo purgar a los gobiernos latinoamericanos de maleantes
En México la corrupción constituye un cáncer sumamente agresivo que devora por los cuatro costados el tejido nacional. Resulta curioso observar cómo aquellos territorios americanos, los ahora hispanoparlantes, invadidos por la corona española en el siglo XVI —mejor conocidos como naciones indígenas “conquistadas”—, padecen procesos de putrefacción política similares al caso que me ocupa. Llama asimismo la atención que en los actuales países angloparlantes fundados por los colonizadores ingleses en el siglo XVII, que dicho sea de paso igualmente ejecutaron una eficiente devastación de los aborígenes, los niveles de podredumbre pública y privada son infinitamente inferiores, según salta a la vista por medio de un simple análisis a vuelo de pájaro.
¿Dónde se repiten más casos de peculado, de escandalosos desfalcos, de malversaciones de fondos, de desviaciones de recursos, en Nueva Zelanda, Australia, Estados Unidos y Canadá, a título de ejemplo, o en México, Nicaragua, El Salvador, Venezuela, Colombia o Perú y la propia España, entre otros casos más?
Inmerso en la búsqueda de explicaciones encuentro un común denominador aplicable en aquellos países en donde se habla inglés. Es evidente que al abordar la temática social podríamos localizar notables excepciones puesto que no se trata de ciencias exactas. ¿Qué común denominador? La existencia de un Estado de Derecho vinculado al desarrollo democrático, es decir, a más evolución democrática, mayor eficiencia del Estado de Derecho y, por ende, mayores índices de crecimiento económico y perfeccionamiento en el sistema de impartición de justicia social y a la inversa…
No disfrutamos los beneficios de la democracia y, por tanto, tampoco las ventajas de convivir en el seno de un Estado de Derecho
Cuando se llevó a cabo la independencia de las naciones americanas después de más de 300 años de dominio español, prosiguió un desorden político hemisférico durante casi todo el siglo XIX y una buena parte del XX que frustró la construcción de instituciones sólidas y de un promisorio estado de bienestar. La intolerancia heredada de nuestros ancestros íberos no sólo impidió una sana práctica de autogobierno que sí se ejecutó en las colonias inglesas, sino que, además, provocó el surgimiento de caudillos, caciques, tiranos, dictadores, déspotas (casi nunca ilustrados), jefes máximos, sátrapas, hombres fuertes, en fin, autoridades inatacables que gobernaban de acuerdo a sus estados de ánimo, considerando a sus pueblos oprimidos como fantasmas que nunca hubieran existido. Se trataba de países jóvenes ya no dominados por un emperador o un virrey, sino ahora por un solo hombre que decidía cuándo y por quién votar, qué comer, a quién rezarle, cómo hacerlo, a qué hora hacer el amor, qué beber y en qué momento descansar…
No disfrutamos los beneficios de la democracia y, por tanto, tampoco las ventajas de convivir en el seno de un Estado de Derecho. Las instituciones hispanoparlantes han empezado a hacerse valer hasta entrado el siglo XXI. Tan es cierto lo anterior que en Perú, el expresidente Fujimori está en la cárcel; en Costa Rica, Rafael Ángel Calderón Fournier y Miguel Ángel Rodríguez Echeverría, ambos expresidentes, pasaron largas temporadas en prisión, tal y como acontece con Otto Pérez Molina, de Guatemala. El presidente Lula, de Brasil, es otro candidato al encierro tan pronto pierda el fuero, misma suerte que podrían compartir Ricardo Martinelli, de Panamá, Cristina Kirchner de Argentina y Mauricio Funes de El Salvador, ahora asilado en Nicaragua, todos ellos acusados de diferentes delitos.
Sostienen los chinos que “lo primero que se pudre del pescado es la cabeza”, y por ello, es imperativo purgar a los gobiernos latinoamericanos de maleantes que entienden el tesoro público como un botín repartible entre verdaderas pandillas confiadas en una lucrativa impunidad, originada en la inexistencia de un Estado de Derecho.
América Latina debe ser sometida a una cirugía mayor que afortunadamente ya se practica en países en donde, además, la mitad de la población o más se encuentra sepultada en la miseria. Poco a poco dejamos de ser países de un solo hombre que gobierna de acuerdo a sus estados de ánimo para convertirnos en naciones respetables que nos conducimos de acuerdo a la ley, las reglas del juego que nosotros emitimos. La cárcel debe ser el destino de los gobernantes, en realidad unos bandidos que han saqueado a sus naciones depauperadas para, entonces sí, empezar un proceso de reconstrucción de nuestras mejores esperanzas…
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/09/09/actualidad/1473381612_394832.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario