sábado, 23 de febrero de 2013

El Maestro y Margarita


El Maestro y Margarita


Lo fantástico en Bulgákov nos remite al mito fáustico. El Maligno llega a Moscú, y lo hace como un solitario periodista de revista literaria (Novela teatral) o bien con todo su séquito y gran aparato pirotécnico, caso de esa perla de la literatura universal de todos los tiempos que es El Maestro y Margarita.


Resulta difícil hablar de esta novela sin citar algunos elementos extraliterarios. Sus repercusiones sociológicas son hoy más evidentes que nunca. Ya no se trata de que Gabriel García Márquez la haya citado en alguna ocasión como la mejor novela de este siglo, o que sea tenida como el máximo exponente del genio ruso desde los tiempos de Dostoievski, Gógol o Tólstoi. La sociedad ex-soviética, coincidiendo con un período extremadamente inestable y con el centenario del autor, tomó la novela como un símbolo. Incluso llegó a existir una tribu urbana moscovita que, tal y como atestigua el libro de David Bushnell Moscow Graffitis, calcó su estética e inundó la ciudad con pintadas alusivas a sus personajes y convirtió en centro de peregrinación los lugares citados en la obra. Ello es debido, intuyo, a que El Maestro y Margarita supuso a primeros de los noventa lo que en los años treinta, al ser escrita, o en los sesenta, al ser publicada por primera vez en la URSS: una reacción contra los ortodoxos corsés estéticos, una reivindicación del elemento mágico en una sociedad rígidamente planificada. Se trata pues de una rebeldía con una doble vertiente, argumental y estilística.

La complejidad argumental es endiablada, y nunca mejor dicho. Contiene una novela dentro de la novela, y al menos media docena de acciones interrelacionadas que confluyen puntualmente cuando ello es necesario, para volver a dispersar la acción hasta que la trama obliga a una nueva conjunción. Dicho así tal vez no signifique nada para el lector. Hablemos, pues, de la novela.

Los primeros capítulos tienen como hilo conductor a Iván Nikolaievich, Desamparado, joven poeta de cuarta fila que observa cómo su acompañante, Mijail Alexandrovich Berlioz, director de una asociación moscovita de literatos, perece al ser arrollado y decapitado por un tranvía. El hecho adquiere especial relevancia para Iván por haberle sido profetizado por un extraño individuo que atiende al nombre de Voland, peculiar personaje que sostiene la existencia de Cristo y afirma haber conocido personalmente a Poncio Pilatos. Iván pierde el juicio y, tras un cómico deambular por las calles de Moscú, en calzoncillos y parapetado tras un icono, va a parar a un manicomio. Dejémosle de momento ahí y centrémonos en Voland.

El misterioso profesor que llega a Moscú pretextando una demostración de magia negra (¿qué otra cosa, sino?) en el teatro Varietés, no es sino el mismísimo Demonio. La verdadera razón de su presencia entre mortales aún no nos interesa, perdidos como estamos en las continuas barrabasadas realizadas por su séquito: Koróviev, alias Fagot, el relaciones públicas de tan peculiar grupo; el impertinente gato Popota, histriónico revoltoso y consumado ajedrecista; Guela, bruja pelirroja que siempre anda desnuda; y Asaselo, el encargado de llevar a cabo el trabajo sucio. Junto con Voland, estos peculiares personajes llevan a cabo su acción de acoso y derribo contra los empleados del teatro Varietés: Nikanor I. Bosói, desprovisto de su vivienda, acaba en la cárcel por tenencia de dólares; Stiopa Lijodéyev, director del teatro, aparece en Yalta, sin saber cómo ni por qué; Rimski huye a Leningrado, aterrado por la visión de Guela; al barman, Andrei Fokich, Voland le vaticina nueve meses de vida... El objetivo es claro: sembrar el caos en Moscú, y por cierto que lo consiguen. En un capítulo antológico, la sesión de magia negra del profesor Voland degenera en escándalo: los asistentes reciben como regalo billetes de mil rublos que más tarde se convierten en etiquetas de botellas de vino; vestido y calzado desaparecen al salir a la calle; algunas personas buscan su cabeza por todo el teatro; los funcionarios no pueden evitar cantar arias de ópera en la oficina sin saber por qué razón... Algunos acaban en el manicomio, acompañando a Desamparado y a uno de los personajes principales de la obra: el Maestro.

Es en este punto donde el peso de la acción bascula hacia la historia de amor entre el Maestro y Margarita. Iván y las andanzas de la camarilla de Voland adquieren un carácter secundario que hace presagiar lo que será la segunda parte de la novela. Al mismo tiempo, se introduce la idea de una novela (la escrita por el Maestro acerca de la vida de Poncio Pilatos y su relato de la ejecución de Jesucristo) dentro de otra (El Maestro y Margarita), tan estrechamente vinculadas que ambas terminan con la misma frase. Con este recurso se establece un paralelismo rematado por la intrusión de un personaje de la primera (Leví Mateo) dentro de la segunda. Este retruécano, audaz en sí mismo, lo es por partida doble, al introducirnos el elemento religioso, lo cual crea una paradoja muy bien resuelta entre la visión un tanto heterodoxa de los últimos días del Ga-Nozri (Jesucristo) y la misión ciertamente benéfica (a pesar del estrépito) que, como veremos, lleva a cabo Voland.

Una vez llegados al tema central, el pacto de Margarita con Satanás para recuperar a su perdido y añorado Maestro, la acción se torna más lineal. De la descripción de situaciones grotescas se pasa a la introspección psicológica. Es un auténtico reto y Bulgákov, que no lo ignora, invita personalmente al lector a seguir leyendo, a introducirse en la segunda parte “de esta verídica historia”. Una vez franqueado el umbral, el autor, en primera persona, nos pone en antecedentes:

“¡Adelante, lector! ¿Quién te ha dicho que no puede haber amor verdadero, fiel y eterno en el mundo? ¡Que le corten la lengua a ese mentiroso!
¡Sígueme, lector, a mí, y sólo a mí, y yo te mostraré ese amor!”



Doble reto también, en cuanto que aquí el autor ya ha perdido las esperanzas de que lo que en principio fuera sátira social y ahora historia de amor romántica y crepuscular llegue a publicarse, y se refugia en un estilo apasionado pero conciso, nervioso pero firme, alejado de los cánones imperantes. La vivacidad de Margarita no nace de su amor sino de la desesperación, del presentimiento (cumplido) de que algo va a suceder. Asaselo ya no es el cruel ejecutor de las humoradas de Voland, sino el providencial intermediario que trae la esperanza a Margarita. La ensoñación se apodera del relato y empiezan las que tal vez sean las páginas más emocionantes de la novela, lo que la eleva de la categoría de simple obra maestra a la de pieza fundamental de la literatura de todos los tiempos. El viaje iniciático de Margarita, convertida en bruja cuya figura se recorta contra la Luna, es el de una mujer enamorada dispuesta a todo, sí, pero también la reivindicación del escapismo (Margarita huye de su hogar sin garantías de que todo vaya a salir bien; tan sólo la guía su fe) y la libertad como elementos pertenecientes a la misma categoría. Esa libertad va a ser obtenida mediante algo que llamamos magia. Cerrando el silogismo, vemos que lo mágico precede a una libertad que sólo puede obtenerse mediante la evasión, aunque esa evasión implique una finalidad pragmática, como en el caso de Margarita. De esta afirmación se deriva una suerte de definición del hecho fantástico en general, aplicable también a la literatura fantástica. Sumemos también el sentido de la maravilla implícito en el itinerario de Margarita, el evocador y alucinante (en el mejor sentido del término) Gran Baile de Satanás y en la conmovedora liberación del Maestro. La obra alcanza así un clímax que precede al final, en el que confluyen, como ya hemos explicado, las dos novelas paralelas presentes en El Maestro y Margarita. Cumplida su parte, Voland se lleva consigo a la pareja de enamorados y la pone en manos de Joshuá. En este momento, y sólo ahora, Margarita (y, a través de ella, el lector), puede observar las cosas como son, la verdadera apariencia de Voland y su séquito. La novela adquiere la condición de sublimidad, entendida en el más puro sentido kantiano. La noche es sublime, frente al día, que es bello. Lo sublime conmueve y deja en el individuo una expresión fija y asombrada, mientras que lo bello encanta. Lo sublime siempre ha de ser grande y sencillo, mientras que lo bello puede estar engalanado. Si hemos de dar la razón a Kant (a quien, por cierto, Bulgákov hace aparecer desayunando con Voland), convendremos en que la primera parte de El Maestro y Margarita es bella, mientras que la segunda es sublime, y no me extrañaría que ésta fuera otra argucia deliberada por parte de su autor. Esta sublimidad me impide escribir desde una perspectiva desapasionada y objetiva, con lo que mucho me temo que este artículo pueda resentirse. En todo caso, si sirve para que alguien pueda disfrutar de la obra de Mijaíl Afanásievich Bulgákov, ahora que se conmemora es sexagésimo aniversario de su fallecimiento, me daré por más que satisfecho.

http://juanmasantiagoblog.blogspot.com/2007/01/mijal-bulgkov-1891-1940-la-magia-no.html

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