viernes, 3 de junio de 2011

EVOLUCION Y VIVENCIA EN EL SOCIALISMO DEL SIGLO XX ( parte 1)






Extracto del capitulo I del libro "EL MUNDO DE BILLIAM" de William Pavon 

EL DESTINO FINAL

 

Después de tres días en Moscú, nos reunieron para informarnos cuál era nuestro lugar de destino; nos dividieron en varios grupos, y aunque no supimos los criterios de selección, todo indicaba que el número de personas de cada grupo estaba en dependencia del cupo que disponían en las Escuelas Preparatorias de destino. Me tocó la dicha de compartir esa experiencia con un grupo de siete estudiantes nicas, a quienes nos informaron que teníamos la suerte de ir a cursar estudios preparatorios a la ciudad de Kiev, la capital de la República de Ucrania, una ciudad muy bella, al nivel de las mejores ciudades europeas, como París, Praga, o Bilbao.




El viaje en tren fue interesante. Nos ubicaron en compartimientos para cuatro personas, con literas para cada uno y colchones muy suaves, pero lo que más me llamó la atención fue la blancura de las sábanas, de un blanco tan intenso como el papel, o las hostias de la misa dominical, que con el frío que se sentía en la calle te invitaban a acostarte inmediatamente y sumergirte en un profundo sueño, como recompensa del viaje agotador. El tren partió a eso de las nueve de la noche, y después de dejar las luces de Moscú, penetramos a una oscurana, tan negra y espesa que la podías cortar con tijeras. Conversamos un poco y nos hacíamos preguntas de cómo sería la ciudad a la cual nos dirigíamos, ¿sería grande o pequeña, o una gran ciudad parecida a Moscú, o un pueblo pequeño? Realmente estábamos muy mal orientados en cuanto a información se refería. Creo que después de un rato de deliberaciones para ver quién tenía la mejor imaginación de lo que nos esperaba, nos dormimos poco a poco, hasta que uno de nosotros se quedó hablando solo.



A eso de las siete de la mañana pasó el camarero del vagón repartiéndonos té caliente, en unos vasos de cristal con una base metálica decorada, como soporte para que no se movieran de la mesa por los vaivenes del tren y no se cayeran y rompieran. El camarero nos dijo que nos preparáramos, que pronto llegaríamos, y eso nos levantó el ánimo, terminamos de prepararnos, y riéndonos de alegría nos empujábamos unos a otros.


Ahora que ha transcurrido el tiempo, esos viajes me fueron tan familiares, que los recuerdo con nostalgia, pero en ese momento todo me resultaba sorprendente, de una experiencia tan acogedora e interesante. Ahora que era de día, se podía observar bien la campiña llena de cultivos por todos lados, no había sitio donde no estuviera sembrado, ya sea de cebada, trigo o centeno. De vez en cuando pasábamos por pequeños pueblos, muy parecidos entre sí, con una pequeña estación del tren en la cual se notaba gente esperando el primer tren o el tren lechero, como le llamábamos nosotros al tren que hacía paradas de pueblo en pueblo, recogiendo a la gente que por las mañanas se desplazaba a sus centros de trabajo en la ciudad, y por las tardes regresaba a sus casas en los caseríos. En esos momentos no me podía imaginar que esos lugares acogedores tenían historias tan dramáticas, como las que vivieron durante la segunda guerra mundial, cuando casi desaparecieron por completo esos caseríos, producto de esa encarnizada guerra en la que murieron millones de personas.



¿Cómo podía imaginar que esos lugares llenos de trigo en su momento fueron grandes campos de batalla, donde en vez de las ruedas de los tractores eran orugas de las máquinas de guerra que las trillaban? Cada lugar cuánta historia encierra, y qué tan desapercibido pasan a veces a nuestros ojos por los sitios que recorremos. Cuánta historia guardan las vidas de los pueblos, y en todos los lugares siempre es igual: hermanos contra hermanos, unos contra otros, hombres contra hombres, con consignas diferentes, intereses diferentes, puntos de vista diferentes, y en nombre de la razón y el derecho, se pisotea la razón y los derechos de otros.



Khreshchatyk - avenida central de la ciudad de Kiev

Miraba el campo a través de la ventanilla del tren, a cuyo monótono desplazamiento y peculiar sonido te acostumbras terriblemente después de cierto tiempo, hasta sentirlo parte de tu persona. Abstraído apreciaba cómo los árboles y las señalizaciones se perdían en la distancia, y en ese letargo volvieron a mi mente las escenas del sueño que tuve en el avión, las imágenes del cuarto donde estaba, y vi al hombre que me miraba y observaba la puerta, sin atreverse a salir ni a moverse, y sin saber por qué, yo tampoco intentaba ir hacia la puerta, o quizá parecía que no debía, o si debía no podía, no sé qué sucedía, aunque algo en mi interior me decía que tenía que salir, que no podía quedarme encerrado, y tampoco sabía por qué estaba esa persona ahí, ni porqué tenía que salir por esa puerta. La imagen era muy intrigante. En determinado momento el cuarto y el tipo desaparecieron de mi mente, y me quedé pensando en la causa de ese sueño, en su significado, en lo que me quería decir. Me encogí de hombros y traté de pensar en otras cosas. Entonces, el lento avance del tren nos indicó que habíamos llegado a nuestro destino.

Kiev es una ciudad muy linda y acogedora, donde la belleza parece aflorar en todos sus rincones, llena de árboles, jardines, parques y áreas verdes; parecía sumergida en un bosque encantado, con monumentos que le daban un aspecto característico. Cuenta la leyenda que fue fundada por unos hermanos vikingos que llegaron navegando por el caudaloso río Dniéper, que baña la ciudad y la divide en dos, y sus más de cuatrocientos metros de ancho permiten la navegación comercial y turística por toda la región. La población, de origen caucásico, es alta, de pelo rubio y ojos azules, muy simpáticos, sobre todo las damas, muy lindas, que durante el verano visten sus trajes típicos y ropa ligera, y en invierno lucen impresionantes, con los abrigos que las protegen del inclemente frío.



Nuestros guías en Moscú nos habían informado que al llegar a la imponente ciudad de Kiev nos esperarían en la estación de trenes, y luego nos llevarían a nuestro albergue, pero nada de eso ocurrió. Cuando el tren detuvo su marcha, no nos atrevíamos a bajar, por miedo a perdernos entre la multitud que corría de un lugar a otro; unos, buscando cómo alcanzar los trenes que partían, otros, porque llegaban a su destino. En esa gigantesca estación a diario convergen miles de ciudadanos procedentes de todas las ciudades de Ucrania, y de países vecinos, de poblados de toda la república, y de gente que se desplaza a otras partes de la imponente Unión Soviética. Dentro de la estación encontramos cafeterías, enormes salas de espera, comercio, una estación de Metro, áreas de bodegas, centros de almacenamiento, restaurantes, etc., como una ciudad dentro de otra, un lugar que no duerme y mantiene su actividad durante toda la noche. Desde allí se puede viajar hasta Kamchatka, la ciudad más alejada de la Unión Soviética, ubicada a orillas del estrecho de Bering, que por el lado de Alaska separa a este país de los Estados Unidos.














                             Museo de la guerra con la estatua a la Madre Patria de Kiev




                                    Universidad (Instituto ) de aviacion civil de la ciudad de Kiev

Cuánta gente desplazándose, y nosotros paralizados, con la boca abierta, viendo que ese mar de gente no terminaba; entonces decidimos bajar, cargamos nuestros equipajes y descendimos del tren, ese aire fresco que me dio en la cara aún no lo puedo olvidar; era una suave brisa helada que refrescó mi rostro, y que en vez de frío me dio una sensación de paz y tranquilidad.



Linea de tranvias de los anos ochenta.

Esperamos un rato en la estación, lo suficiente para ver que el tren que nos había traído lo llevaban vacío a su estacionamiento, a esperar su próximo viaje. Caminamos un poco, y no encontramos a nadie que nos indicara qué hacer, por la sencilla razón que nadie nos esperaba. Nos mantuvimos unidos para no perdernos entre la multitud, y después de varias horas de espera, sin hablar ni una palabra de ruso, ucraniano, o inglés, decidimos tomar un taxi que nos llevara a la dirección que en Moscú nos habían escrito en ruso en una hoja de papel. Se la dimos al taxista, mostrándole los pocos rublos que nos habían entregado. Ni corto ni perezoso cogió el dinero y nos hizo señas para que subiéramos al auto y llevarnos a la dirección indicada. Fueron largos minutos de angustia e incertidumbre, pues no sabíamos dónde íbamos. Sin embargo, mientras él hacía su recorrido, yo iba maravillado viendo la ciudad inmensa, llena de edificios de muy bonita arquitectura, los parques con mucha gente tomando sol, caminando, o alimentando a las palomas, mientras nosotros recorríamos calles interminables, sin hablar, sólo mirándonos unos a otros, esperando con gran paciencia llegar a nuestro destino.


Iglesia de la Puerta de la Trinidad (Pechersk Lavra)

Por fin llegamos. Era el sitio indicado, pero por cosas que siempre pasan, nadie nos estaba esperando. A los anfitriones soviéticos se les complicó todo el asunto. Por ser época de vacaciones todos los sitios estaban vacíos y el personal disfrutaba sus merecidas vacaciones. Nos alojamos en el edificio de la Preparatoria, de la ciudadela estudiantil Lomonosova, a orillas de la calle Lomonosova, y enfrente de la estación de buses Lomonosova. Para nosotros fue un gran alivio llegar a la dirección esperada y encontrarnos a un panameño que nos dio la bienvenida y nos ayudó a colocarnos en la residencia estudiantil. Por fin había terminado la pesadilla del viaje, y era hora de acostumbrarnos a las sorpresas, pues como dije antes, en la vida no todo sale como uno quisiera, y es por eso que debemos de vivir siempre preparados para los cambios inesperados que nos depara el destino.


                      Residencia estudiantil de la epoca


Ese día todo se solucionó para nosotros de forma favorable, logramos alojarnos en el edificio de la preparatoria y la ansiedad por no saber a dónde nos dirigíamos se había terminado, creo que la emoción de estar en un lugar nuevo y diferente nos mantenía en un éxtasis permanente.  No omito que algunos de nuestros compañeros no estaban del todo bien, pues se sentían muy deprimidos por estar lejos de su casa, de su familia y de sus seres queridos. 

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